Mensaje de la Conferencia Episcopal con motivo del día de las Madres
MANAGUA, miércoles 30 mayo 2012 (ZENIT.org).- Ofrecemos el mensaje que los obispos de Nicaragua han dirigido a todas las madres nicaragüenses para rendirles homenaje en su día.
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Bendita tú entre todas las mujeres y bendito el fruto de vientre (Lc. 1, 42)
Hermanos y Hermanas:
Si siempre ha sido justo y necesario para la Iglesia Católica alabar y bendecir a la Virgen María, Madre de Jesucristo nuestro Dios y Señor, con la convicción de que toda glorificación y culto rendidos a la Madre de Dios redunda y termina en honor de su Divino Hijo, también hoy y aquí en Nicaragua es indispensable testimoniar amor y respeto a la Bendita Virgen María, Madre de todos y de cada uno de los que somos discípulos de Cristo en esta tierra nicaragüense.
Impulsados por esta devoción cristiana y mariana de la Iglesia deseamos rendir homenaje de veneración y cariño a todas las madres nicaragüenses en este mes de mayo en el día que a ellas se dedica especialmente en nuestro país. Saludamos a todas las madres convencidos de que hoy más que nunca «urge valorar la maternidad, como misión excelente de las mujeres», quienes son «insustituibles en el hogar, la educación de los hijos y la transmisión de la fe», lo cual no las excluye de «su participación activa en la construcción de la sociedad» (Aparecida, 456).
Ciertamente que la bendición que Isabel dirige a la Virgen María a causa de su maternidad, tal como lo testimonia la Sagrada Escritura (cf. Lc 1,42), es única tanto por la dignidad del fruto bendito de su vientre quien es «Dios con nosotros» (Mt 1,23), como por su condición privilegiada de maternidad virginal; sin embargo, podemos decir que la bendición divina se derrama también sobre toda maternidad humana en cuanto esta es de alguna manera participación en la obra creadora de la vida que tiene su sagrado origen en el mismo Dios.
No pretendemos en este mensaje abundar en conceptos acerca de la dignidad única de la maternidad y de su sublime misión en el mundo. Los Obispos de Nicaragua queremos más bien rendir en nombre y en representación de la Iglesia Católica en nuestra patria, un sincero homenaje de cariño a todas las madres de Nicaragua y particularmente hacer un reconocimiento a aquellas que han hecho de sus hogares santuarios de la vida, escuelas de fe y verdaderos reductos de amor en medio de una sociedad conflictiva e incluso en muchos aspectos adversa al plan de Dios sobre el matrimonio y la familia.
Deseamos también en esta ocasión declarar nuestro profundo respeto y amor por todas y cada una de las familias nicaragüenses. Este amor es el que nos ha motivado a dar especialísima atención a la pastoral familiar en nuestras iglesias particulares. Por ello también seguimos de cerca en oración y en actitud de discernimiento a la luz de la Palabra de Dios el debate acerca del nuevo Código de la Familia que se está llevando a cabo en la Asamblea Nacional. Lo hacemos con el único objetivo de poder ofrecer a nuestro pueblo y a las autoridades legislativas del país la luz que emana de la sabiduría del Evangelio sobre esta temática de tanta trascendencia para la persona humana y para la sociedad.
Reconocemos con satisfacción que a pesar de las presiones de países o grupos económicamente poderosos, cuyas voces son amplificadas y magnificadas en diversos medios de comunicación social en contra de la doctrina eclesial acerca de la familia y del matrimonio, se haya conservado en nuestra legislación aquello que para la Iglesia, desde su visión cristiana del hombre y de la sociedad es irrenunciable y sagrado, es decir, que la verdadera familia tiene como fundamento la unión estable entre un hombre y una mujer.
Nos satisface que Nicaragua pueda dar ante el mundo testimonio de respeto a los valores cristianos en lo que respecta al matrimonio y a la familia, pues son estos valores los que aseguran la plena realización del ser humano en su dignidad y grandeza. Sin embargo, no deja de causarnos preocupación el hecho de que en el Código de la Familia haya enunciados que puedan conducir peligrosamente a usurpar el derecho de los padres sobre sus hijos menores, mediante intromisiones en la privacidad familiar de parte de grupos políticos o de personas ajenas al núcleo familiar. Deseamos que la sociedad nicaragüense pueda tener leyes que salvaguarden los auténticos valores morales, que respeten el auténtico sentido de la familia, que ayuden a mejorar las condiciones de vida de los hogares y que no se dejen abiertas puertas en las que se puedan introducir mayor destrucción en las familias ya de por sí bastante enfermas y disgregadas.
Enviamos un mensaje de bendición y de aliento a las madres nicaragüenses que de manera valiente han acogido la misión de albergar en ellas la vida de un nuevo ser, aunque a veces las circunstancias para ello no han sido fáciles. A aquellas que por dificultades, que no es el caso juzgar en este momento, han cortado esa vida en su propio vientre, les acompañamos en su dolor con nuestro cariño y oración, invitándoles a reparar el error cometido, a que se abran con confianza a la vida y que encuentren la paz y la fortaleza en el amor y en la misericordia infinita de Dios.
Al felicitar hoy a todas las madres de Nicaragua que han sabido recibir la vida, darla a luz, sostenerla y educarla con amor, no podemos dejar de experimentar el gozo de sentir también cerca nosotros la ternura del corazón lleno de pureza y bondad de la Madre de Cristo, que él mismo nos entregó como verdadera madre al pie de la cruz (cf. Jn 19, 26-27).
Finalizamos este mensaje exhortando a todos a trabajar en la defensa de la vida humana desde su concepción hasta su fin natural y a favor de la familia, a apoyar y promover proyectos de promoción de la mujer, a poner entusiasmo en el apostolado por la santificación de los hogares y a dar testimonio del Evangelio mediante una vida según la voluntad de Dios, a imitación de María Inmaculada, verdadera «sierva del Señor» (Lc 1,38). Así podremos construir una sociedad más humana y más justa desde la familia, que es y deberá ser siempre espacio y escuela de comunión, fuente de valores humanos y cívicos, hogar en el que la vida nace y se acoge generosa y responsablemente y verdadera escuela de la fe (cf. Aparecida 302).
Dado en Managua a los treinta días del mes de mayo de dos mil doce.